domingo, 14 de marzo de 2010

ELLA - AYESHA

Durante muchos años trabajé para la editorial ACME, un lugar del que guardo los mejores recuerdos: los señores Ederra, el personal, todos, siempre me hicieron sentir muy cómoda, como en casa. Realicé varias colaboraciones para la colección Robin Hood, aquellos libros amarillos de tapa dura que hoy en día se han convertido en objetos coleccionables. En los años 60 tuve la oportunidad de ilustrar dos historias maravillosas: Ella y Ayesha, del novelista británico Henry Rider Haggard, un gran autor de relatos misteriosos y de aventuras. Ella y su continuación, Ayesha, relatan la historia de amor entre Leo, un mortal, y una hermosa sacerdotisa inmortal, a través del tiempo y de las reencarnaciones y de toda clase de peligros que deben enfrentar.
No quisiera dejar de mencionar que las ilustraciones de ambas tapas fueron realizadas por un gran dibujante y amigo, Ernesto García Seijas.






ELLA




Interrumpióse de pronto esta rara mujer en su discurso o cántico, […] y quedóse inmóvil, con las pupilas fijas en un punto del espacio, como si penetrase con los ojos en la obscura profundidad del futuro. Luego se le tornó vaga la mirada, expresando el espanto […] y tendiendo el brazo señaló a un lugar en la sombra. Miramos allí todos y no vimos nada…




Antes que hubiera podido pensar mi respuesta, […] contemplé ante mí una alta figura. Y digo una figura, porque no sólo el cuerpo, sino también la cara y la cabeza estaban envueltas en un género blanco y suave como una fuerte gasa, […] que a primera vista me hizo recordar un cadáver cubierto por el sudario.



-¡Ah, no! Te equivocas… La belleza no se marchita. La mía perdura como perduro yo. Ya que lo deseas, hombre terco, hágase tu voluntad… Mas no me culpes luego si la pasión cabalga tu juicio, como sobre los potros el domador egipcio, y te conduce adonde tú no lo desees… Jamás podrá el hombre que haya contemplado mi belleza apartarla después de su mente…





-¡No me iré, no me iré!... ¡Ese hombre es mío!-exclamó la infeliz Ustane con angustia-. ¡Yo lo tomé y le salvé la vida! ¡Mátame si puedes… No te cederé a mi esposo!


-¿Te preguntarás asombrado, Kalikatres mío – le dijo -, cuándo me llamarás toda tuya, y cuándo en verdad estaremos unidos ambos y para siempre? […] Todavía yo no puedo unirme a ti, porque tú y yo somos diferentes, y la misma brillantez de mi esencia te haría arder y quizá te mataría.
-¡Amor mío, amor mío! ¡Si supieras cuánto te amo!... Y lo besó en la frente. Luego lo dejó, adelantándose hasta ponerse en el paso mismo de la Llama de la Vida. […] Vi que el fuego le subía por sus formas. Vi que ella lo alzaba con las manos como si fuera agua. […] Pero de pronto, […] verificóse un cambio en su rostro […]. Desapareció su sonrisa […]. Y también los ojos, los bellísimos ojos, perdieron su resplandor, y hasta la forma del cuerpo, su perfección y derechura.
-¡No me olvides, Kalikatres!... Compadece mi vergüenza… Yo volveré bella… ¡Lo juro!


AYESHA





Dieciséis años han pasado […]. Leo y yo seguimos incansables viajando, y viajando con la esperanza de encontrar la montaña que tiene la cumbre igual a la de la visión de Leo.





Por la puerta entreabierta vi que había alguien allí. ¡Era Khania Atene! […] La vi salir, cruzar el corredor y comenzar a subir las escaleras.






Los ojos del Khan se fijaron primero en mí. Parecía divertirle con mi apariencia, porque, echándose a reír bárbaramente, habló en aquel griego mezclado con palabras del país.
-¡Oh, qué animal más raro! ¡Ja, ja! Es la primera vez que nos vemos, ¿verdad? ¡Ja, ja!





Llegamos a la ribera; allí, en un pequeño embarcadero, saltamos al interior de una barcaza que había amarrada a uno de los pilotes.
-Debéis embarcar vuestros caballos y cruzar el río...







Era una figura humana, aparentemente de mujer; […] iba cubierta de hombros a pies por un manto blanco y su cara velada por un lienzo…



-¿Quién es ese encubierto de blancas ropas que interrumpe la marcha por la montaña de la Khania Atene […]? ¡Cómo será de horrible y repugnante que necesita taparse la cara! ¡Si fuera una mujer que nada tuviera que temer, descubriría su rostro a las miradas de sus semejantes!





¿Era una ilusión, o era la de Ayesha esa forma que veíamos tal como la encontramos por primera vez en las cavernas de Kor? Sin poderlo evitar, caímos de rodillas ante aquella visión, alargando los brazos implorantes…

–Ayesha –dijo-; cuando te vi tal como eras, […] me postré ante ti. Ahora, cuando me has contado el secreto de ese pacto impío, cuando mis ojos te han visto reinando como señora de espíritus buenos y malos, vuelvo a postrarme ante ti. Deja que tu sino, grande o pequeño, […] sea también el mío.






–Bien; ¿cuál es su informe?
-Es gravísimo. El pueblo de Kaloon está desesperado […], el hambre hace presa ya de ellos. Ellos culpan de su desgracia a los extranjeros que han atravesado el país y se han cobijado en tu Santuario.





–Holly, prepárate a asomarte a la boca del infierno, quisiera poderlo evitar, te lo juro, pero mi corazón me obliga a ser cruel e impía y usar de todo mi secreto poder si quiero ver a Leo todavía vivo.





Volví a ver estos viejos trabajos y con mucho entusiasmo me puse a dibujar mi versión 2010 de una de las escenas que más me impresionó de la novela Ella.